
Esta novela de 1889, se publicó en francés con el título de Sans dessus dessous, y en español como El secreto de Maston o El eje de la Tierra. Para una explicación del juego de palabras implícito en el título francés, se puede consultar Sueños de Ciencia, de Jesús Navarro, Publicaciones de la Universidad de Valencia, 2005.
Verne rescata a los miembros del Gun Club de Baltimore que protagonizaron De la Tierra a la Luna y Alrededor de la Luna veinte años antes. Este club está formado por antiguos artilleros que después de la guerra civil norteamericana buscaron nuevos retos para su afición favorita: disparar cañonazos, cuanto más desmesurados, mejor. Los protagonistas son el presidente del club, Impey Barbicane, su colega, el capitán Nicholl, el secretario del club, J. T. Maston y la acaudalada viuda mistress Evangelina Scorbitt, que aportará la mayor parte de la financiación del nuevo proyecto por la única razón de su rendida admiración a Maston.
En esta ocasión, el proyecto consiste en disparar un cañonazo de tal envergadura que su retroceso modifique el eje de rotación de la Tierra. De este modo, piensan, el polo norte quedaría libre de su capa de hielos perpetuos y se podrían explotar sus abundantes recursos carboníferos. En primer lugar, celebran una subasta en la que se compran los derechos sobre la región ártica, situada al norte del paralelo 84, a las potencias que consideren tener esos derechos: Gran Bretaña, Rusia, Suecia-Noruega, Dinamarca y Holanda, además de los Estados Unidos de América. Hay que tener en cuenta que, entre 1867 y 1931, la independencia de Canadá respecto al Reino Unido era incompleta, más parecida a una autonomía administrativa.

Una vez obtenidos los derechos, se pone en ejecución el plan. El secretario Maston es el responsable de los cálculos teóricos, mientras Barbicane y Nicholl lo son de su ejecución práctica. La idea principal es situar el eje de rotación de la Tierra perpendicular al plano de la eclíptica (plano determinado por la órbita de la Tierra en torno al Sol). La inclinación actual es de unos 23º. Debido a esta inclinación ─y obviando ciertas irregularidades en esa inclinación─ se producen las distintas estaciones a distintas latitudes. Al modificar el eje, desaparecerían las estaciones y el polo tendría tantas horas de luz diarias como cualquier otro lugar del planeta. Las zonas ecuatoriales seguirían siendo más cálidas que las latitudes cercanas a los polos, pero desaparecerían las enojosas noches de seis meses que llevan las temperaturas polares a mínimos extremos.
A lo largo de la novela, no queda muy claro si el objetivo es «enderezar» toda la Tierra, es decir, si los polos permanecerían en los mismos lugares o si esto cambiaría. Hacia el final vemos que se trata de cambiar el eje de sitio. El lugar elegido para el cañonazo es el Kilimanjaro que se encuentra a unos 3º de latitud sur y a unos 37º de longitud este. Aquí se situará el ecuador y la longitud 0º en el futuro. El cañón se excavará en las faldas de la montaña, tendría una longitud de 600 m y dispararía un proyectil de 180 000 toneladas a la velocidad de 2800 km/s. El explosivo capaz de proporcionar esa velocidad es de la invención del experto, el capitán Nicholl, la meli-melonita.
En esta imagen se puede observar de forma aproximada la localización del Kilimanjaro, el polo norte actual y el previsto.
En esta otra se observa la modificación prevista del polo sur, de forma aproximada.
Con estos planes, el actual océano Ártico estaría unos grados por debajo del nuevo polo norte, asegurando la fusión de los hielos.
A lo largo de la lectura de la novela, se experimenta una creciente inquietud porque no parecen tener en cuenta las desastrosas consecuencias que este cataclismo produciría en prácticamente todo el globo. Por ejemplo, ¿no se dan cuenta de que al fundirse el hielo de Groenlandia y el de la Antártida ─pues el polo sur, evidentemente, también se vería afectado─ se produciría una elevación de los mares de unos 90 m que anegaría amplias zonas y la muerte de cientos de miles de seres humanos, por no mencionar animales y vegetales. ¿Es que en el siglo XIX no estaban preparados para ese cálculo? ¿O es Verne el que no lo estaba?
La respuesta es que no solo sí lo estaban, sino que este problema ─el aumento del nivel del mar por la fusión de los hielos─ es un pequeñísimo decimal comparado con las consecuencias previstas por los propios cálculos de Maston. En efecto, pocos días antes del señalado para el disparo, una comisión de sabios de Washington publica los posibles efectos que se resumen en lo siguiente. Tomando como centro de coordenadas el Kilimanjaro, dividimos la Tierra en cuatro cuadrantes, noroeste (NO), nordeste (NE), sudoeste (SO) y sudeste (SE). El nivel del mar descendería ¡8500 m! en el centro de los cuadrantes NO y SE y subiría en la misma cantidad en el centro de los cuadrantes NE y SO. A partir de esos centros, la variación de nivel del mar sería proporcionalmente menor hasta llegar a cero en las fronteras entre los cuatro cuadrantes. Eso hundiría bajo kilómetros de mar todo el norte de Asia, y parte de Europa Oriental, así como Sudamérica. Y elevaría Norte América y el oeste de Europa. «Por fortuna» (sic) las partes inundadas del planeta serían las menos pobladas. Naciones como Portugal, España, Francia y Gran Bretaña podrían reclamar nuevos y extensos territorios ganados al mar. ¡Todos contentos! De los probables movimientos sísmicos, ni una palabra.
Solo una persona en todo el planeta mantiene cierto escepticismo, el francés Alcide Pierdeux (traducido como Pierredos en algunas versiones).
Finalmente, el día previsto, se produce el disparo. Los únicos daños son debidos a la onda de choque que produce el proyectil al atravesar el cielo en las inmediaciones del cañón. Casas, aldeas y barcos destrozados. Sin embargo, el eje terrestre, los polos y los mares siguieron en su sitio. Fue Alcide Pierdeux quien dio la clave. Maston había cometido un error al principio de sus cálculos. Molestado en el momento en que anotaba en su pizarra la circunferencia de la Tierra, la escribió con tres ceros de menos. Esos tres ceros se convirtieron en doce al finalizar esos cálculos. Así que los efectos fueron un billón (doce ceros) menores de los planeados. Los mares cambiaron apenas nueve millonésimas de metro (9 micrometros) y el polo se movió unos dos o tres micrometros. Para provocar el cambio proyectado hubiera hecho falta un billón de cañones como el construido. Por fortuna para la humanidad, eso queda fuera de las posibilidades de la técnica.
Además de otras consideraciones, se puede decir que la forma de trabajar de Maston es la misma que la de los estudiantes principiantes de Física o Matemáticas antes de que le pillen el estilo a las ciencias. Tienden a ir calculando resultados parciales de las investigaciones o de los problemas porque ello les da cierta seguridad. Les parece que se van llevando algo concreto al saco. Es una forma incorrecta de trabajar. Lo adecuado es no realizar cálculos numéricos hasta el final de los razonamientos algebraicos. De esa manera, Maston hubiera visto que la modificación del eje depende de la cuarta potencia del radio o del perímetro terrestre y, obtenida la fórmula, hubiera podido hacer los cálculos de una sola vez. Además, hubiera podido repetirlos para corregirlos tantas veces como hubiera querido, sin necesidad de repetir todo el proceso.
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