Los hermanos Kip

Los hermanos Kip fue publicada en la revista Magasin d’Éducation et Récréation a lo largo de 1902 y, el mismo año, como libro.

Harry Gibson es el capitán del James Cook, un bergantín, con base en Tasmania, que hace cabotaje entre Nueva Zelanda, algunas islas de la zona, Nueva Guinea y Australia por cuenta de la casa Hawkins, de la que es socio.

El contramaestre y varios miembros de la tripulación se confabulan para hacerse con el barco, en cuanto tengan ocasión, para dedicarse a la piratería. Por unas razones u otras, la ocasión no se presenta.

Al pasar frente a una isla no frecuentada por los barcos, encuentran a dos náufragos: los hermanos holandeses Kip. El mayor de los dos era segundo de a bordo del barco naufragado, mientras que el hermano menor llevaba los negocios de su firma comercial.

Flig Balt, contramaestre y Vin Mod, marinero y principal impulsor del motín, asesinan al capitán. En todo momento, el lector está al tanto de este hecho, como antes lo estuvo de los planes de los bandidos.

Una vez desaparecido el capitán, el armador confía el barco al contramaestre. En un incidente, el contramaestre está a punto de hundir el barco debido a su impericia. El valor y sangre fría de Kip salva la situación, lo que lo convierte en un héroe a la vista de todos. El intento de motín es desactivado y los amotinados apresados.

Una vez en su base de Tasmania, es investigado el asesinato del capitán. Balt y Mod han dispuesto pistas que parecen acusar a los hermanos Kip. Todos los indicios les señalan. Son juzgados y condenados a muerte. Se le conmuta la sentencia por cadena perpetua por intercesión del armador ante la reina de Inglaterra.

Excepto el armador, todos los consideran culpables. Solo al final del penúltimo capítulo se desvela la verdad: una fotografía tomada al capitán justo después de su muerte muestra la imagen de sus asesinos claramente formada en el fondo de los ojos del capitán, en la retina.

En el capítulo final, Verne escribe:

«Las curiosas experiencias oftalmológicas realizadas por ingeniosos hombres de ciencia han demostrado que las imágenes de los objetos exteriores que impresionan la retina del ojo pueden conservarse indefinidamente. El órgano de la visión contiene una sustancia particular, sobre la cual se fijan
precisamente las imágenes. Se ha conseguido apreciarlas con una perfecta claridad cuando, después de la muerte, se sumerge el ojo en un baño de alumbre.»

En efecto, a finales del siglo XIX tuvo cierto recorrido la llamada «optografía», creencia según la cual el ojo guardaría la última imagen vista en el momento de la muerte. Fue propuesta, fundamentalmente por el fisiólogo alemán Wilhelm Friedrich Kühne (1837 – 1900). La clave era la identificación de la rodopsina, una proteína que forma parte de la membrana de los bastones de la retina del ojo en vertebrados e invertebrados. Esta proteína tiene un color rosado en su estado «normal». Cuando recibe luz de longitud de onda aproximada de 560 nm (verde, más o menos el centro del espectro visible), experimenta cierto cambio químico y se decolora. Resulta, por tanto, verosímil reproducir la imagen de la última visión si obtenemos un mapa de la retina con la rodopsina coloreada y decolorada. Kühne experimentó con ranas y conejos. Circula por la red esta imagen de tres capas de la retina del ojo de un conejo tratada por el alemán:

Lo último que vio el conejo fue una ventana con barrotes.

Para obtener esa imagen fue necesario cortar en capas la retina del animal y tratarlas con diversos fijadores. No se conocen otras imágenes, aunque otros partidarios de la optografía dicen haberlas obtenido.

Los profesores de Física solemos decir que el ojo dispone de una abertura ocular, la pupila, que se abre o se cierra según la intensidad de la luz incidente gracias a los músculos del iris; de una lente convergente de distancia focal variable, el cristalino, que permite enfocar objetos situados a un gran rango de distancias y de una pantalla en la que se forman las imágenes, la retina. Además, decimos, se forma una imagen real e invertida, como es propio de las lentes convergentes si el objeto se sitúa a una distancia mayor que la focal. Solo las imágenes reales pueden proyectarse en una pantalla, así que todo encaja. Pero obviamos un pequeño gran detalle. En realidad, la retina no es una pantalla donde se forman imágenes de verdad; imágenes en el sentido analógico y clásico. La retina se parece más a un panel de sensores digitales en el que un número enorme de detectores recogen y transmiten una información: longitud de onda, intensidad. Esos detectores son los conocidos conos y bastones.

Los bastones poseen detectores binarios: sí/no. Detectan la llegada de luz. Son extremadamente sensibles, así que con luz diurna se encuentran prácticamente saturados. Siempre marcan sí. Su utilidad se reduce a momentos de escasa luz. Nos permiten una visión en condiciones de oscuridad relativa. En esa situación, nuestra visión es pobre en color. La luz interacciona con la rodopsina y esta experimenta un cambio químico y transmite, mediante sinapsis, la información a las células nerviosas vecinas que acaban formando el nervio óptico.

Los conos son sensibles a las diferentes longitudes de onda. Nos permiten la visión en color. También interaccionan con la luz y transmiten mediante sinapsis a las células vecinas. El nervio óptico conduce enormes cantidades de información hasta el cerebro. Allí entra en juego un poderoso software que reconstruye una imagen neurológica. En otras palabras, no existe en ningún lugar una imagen stricto sensu. Y mucho menos fotografiable. Los intentos optográficos fueron pronto abandonados.

Esto no es una imagen de la retina. Es un reflejo en la córnea, como si fuera un espejo. Para verlo tiene que darse una alineación determinada entre el objeto, el ojo y el fotógrafo. Durará lo que dure esa alineación. Es una imagen virtual, decimos, no proyectable en una pantalla.

En esta novela, Verne se permite traspasar los límites de la ciencia porque le conviene para la resolución del caso. No hubiera sido posible de otro modo. Ciencia ficción en estado puro.